WACKEN 2025. Crónica Jueves
WACKEN 2025. Jueves 31 de julio
Texto: Alejandro Ordónez
Fotos: Iñigo Malvido
Tras una noche reparadora —ni acostarse tarde ni madrugar en exceso— la jornada arrancó en el Wackinger Stage. Allí esperaba ver algunas bandas, pero los planes cambiaron al toparme con el lamentable estado del lugar. El barro ya campaba a sus anchas.
Tabernis
Me planté allí con la gaita del Wackinger de fondo para descubrir un proyecto enigmático, que salió al escenario con un árbol de atrezo como estandarte. El dúo, disfrazados como apicultores medievales, te transporta directo a otro tiempo: música cargada de sonidos del medievo, atmósferas místicas y un zumbido de abejas constante como base. No sabría decir qué temas tocaron, pero me atraparon. Tanto, que pienso repetir siempre que pueda. Como guinda, lanzaron al público una poción en botellitas; una de ellas acabó en mis manos. Aún no me he atrevido a probarla.
Tras este descubrimiento, me fui hasta el Infield, terreno que ya no abandonaría en toda la jornada.
Skyline
Skyline son la banda residente de Wacken, el grupo en el que tocaba Thomas Jensen en su día. Cada año abren con su show de versiones y siempre invitan a algún artista de renombre para la ocasión. Hasta ahora.
Este año el guion cambió radicalmente. Lo que solía ser una lista de clásicos del heavy se convirtió en un set cargado de temas propios desconocidos para casi todos, salpicados con un par de versiones fuera de lugar. Se marcaron Stricken de Disturbed —justo cuando su cantante anda en líos políticos— y In the End de Linkin Park. Ver para creer. Los únicos momentos en los que parecían los Skyline de siempre fueron los covers de Fool for Your Loving (Whitesnake) y You’ve Got Another Thing Comin’ (Judas Priest). Demasiado poco.
Para rematar, se dirigieron al público casi siempre en alemán, como si no hubiese gente de más de cien países delante. El himno This Is W:O:A cerró un concierto que se quedó en descafeinado.
Grave Digger
Los alemanes siguen rodando con su 45th Anniversary Tour. Yo ya les he visto en Wacken unas cuantas veces, pero esta última… madre mía, la peor con diferencia. Puede que uno también se canse, vale, pero lo de Grave Digger es otro nivel: parecen su propia banda tributo pero sin ganas de serlo. Actitud cero, como si estuvieran pasando lista: tema tras tema, con la chispa de un funcionario sellando papeles un lunes por la mañana.
El público, mayor y hundido hasta los tobillos en el barro, tampoco estaba para levantar el ánimo. Más que un concierto, parecía la cola de una carnicería esperando al número.
Y aun con clásicos de por medio, el concierto fue un bostezo continuo. Solo al final se encendió un poco la mecha, cuando apareció Uwe Lulis para tirar de nostalgia con Excalibur y Rebellion (The Clans Are Marching). Cerraron con Heavy Metal Breakdown, pero la realidad es que fue más Heavy Metal Letdown.
Michael Schenker
Sabíamos a lo que veníamos. Michael Schenker iba a ofrecer, como está haciendo en su gira -que por cierto pasó por España-, un show de clásicos de su época en UFO. Canciones que él mismo compuso para la leyenda británica. Fue todo un show de grandes hits, de recuerdos para los más veteranos y cargado de nostalgia.
Slash le acompañó en Mother Mary y Michael Voss de Mad Max en Let it Roll.
Guns N’ Roses
Supongo que habría gente desperdigada en otros escenarios, pero la masa estaba clarísima: todo el mundo quería ver a la “estrella” del cartel. Y vaya estrella… Los norteamericanos se marcaron la actuación más larga de la historia de los 34 años de Wacken Open Air. Larga no siempre es sinónimo de buena: aquí fue más bien sinónimo de “¿cuándo acaba esto?”.
Parecían empeñados en tocar absolutamente todo lo que han grabado, incluso basuras como la infumable Sorry del Chinese Democracy o Absurd, que solo emocionan a los cuatro talibanes de la banda. El resto del público miraba con cara de “¿y esto qué coño es?”. Entre el barro, la lluvia y la media de edad de los presentes, el ambiente tenía la energía de una reunión de vecinos: 31 canciones y lo más salvaje que veías eran cuatro brazos levantando unos cuernos perezosos.
A mí se me hizo eterno. Hubo hueco hasta para Human Being de The Spaghetti Incident y Slither de Velvet Revolver, temas que jamás podrán codearse con sus clásicos. Más que un concierto, fue un maratón sin sentido, alargando el tedio hasta lo indecible. Y todo mientras Axl intentaba alcanzar agudos imposibles que grabó cuando aún no tenía arrugas. El resultado: desafines de vergüenza ajena, con You Could Be Mine convertido en un karaoke maldito. La banda, ojo, estuvo impecable… pero claro, cuando el frontman se hunde, todo se tambalea. Les urge adaptar los temas, bajar tonos, hacer algo, lo que sea, antes de volver a regalarnos semejante crónica negra.
Hubo doble homenaje a Ozzy (Never Say Die y Sabbath Bloody Sabbath) y Duff se marcó un Thunder and Lightning de Thin Lizzy que al menos aportó un respiro. Pero lo más celebrado por mí fue el arranque de Paradise City, porque significaba que aquello, por fin, se terminaba.
La supuesta A Night to Remember fue para mí una clarísima A Night to Forget. Ni siquiera el show de drones posterior logró salvar semejante peñazo.
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